02 febrero 2007

Mentiras sobre mentiras, I.

Hacía ya una semana que Yóren había salido del hospital y había empezado a desentumecer su pierna dando largos paseos. Al amanecer recorría los campos de cultivo en la otra orilla del río con su hijo, su cuñado y dos cachorros ya crecidos de perro de campo que le habían regalado a Bardo con el ánimo de que sirvieran de centinelas en la granja.

Cuando el Sargento consideró que podía volver a intentar localizar un buen lugar para construir su granja. Esa mañana madrugó para su paseo matutino y a la vuelta se dirigió a las dependencias de la legión a hablar con Morgalad sobre la futura ubicación de la granja.

Al llegar les sorprendió que el legionario de guardia les recibiera con “Pasen les está esperando”. Al parecer Morgalad al saber de su recuperación les había mandado llamar.

Lo encontraron sumido en profundas cavilaciones guiadas por las montañas de legajos que cubrían su mesa.

“Bienvenidos, tomad asiento” dijo con clara satisfacción al poder dejar por un momento el problema sobre el que estaba trabajando. “Gracias por venir tan raudos”. Yoren y Bardo se miraron sin añadir ni un sonido a la imprevista y afortunada confusión. “Me enteré de vuestro desafortunado encuentro con los giaks, me alegro de ver que estás completamente recuperado”. Hizo una reflexiva pausa y continuó.

“Creo que hay un asunto que puede interesaros, un buen amigo tiene un problema y me ha pedido gente capaz, sentada y de confianza que le ayude a arreglarlo.” La cara de Yoren le sugirió que no sería conveniente que los considerara como a unos vulgares “soldados de fortuna”. – No me malinterpretéis, sé que estáis buscando un buen lugar en el que situar vuestra granja y ésta persona estaría dispuesta a intercambiar hectáreas con vosotros una a una, en el lugar que vosotros eligierais.

El gesto de Bardo cambió de confuso y precavido a jovial y receptivo mientras Yoren se acomodaba un poco más tranquilo en su butaca mientras esputaba un parco –Cuenta…

- Mi amigo es un excenturión de la octava legión cuya licencia coincidió con la caída del Señor de Vornost y que junto con otros compañeros supieron sacar ventaja tomando para ellos sus tierras y fortaleza. En el último mes está sufriendo extraños sabotajes e intimidaciones por lo que me ha pedido gente cabal y despierta, pero sobretodo discreta y de confianza. ¿Os interesa? – dijo el viejo sargento mientras jugaba con un despacho con un gran sello de lacre abierto.

Yoren miró a su cuñado, el cual asintió con gesto seguro. Y contestó – Cómo se llama y cuando nos espera-.

- Halgón, y podeis os recomiendo salir mañana mismo antes del Alba, el camino a Vornost os consumirá toda la jornada. Afirmó Morgalad mientras les entregaba el despacho. Los dos cuñados se levantaron despidiéndose con una inclinación de cabeza mientras el soldado se llevaba la mano al pecho como saludan los militares.

Durante el resto del día se dedicaron a los preparativos del viaje. El otoño parecía que se había vuelto algo más benévolo, pero en las tierras altas el clima cambia con facilidad así que prefirieron pertrecharse adecuadamente.

Antes de que saliera el sol ya estaban de camino Bardo, Yóren y los dos perros. Siguieron la vereda del río tal y cómo les habían dicho, ya desde medio día se divisaba a lo lejos el Alcázar del Vor, y la imponente escalinata que unía el valle con el páramo. Caía la noche cuando exhaustos llegaron al pueblo que rodea la fortaleza… Sorprendidos se dieron cuenta de que sus pobladores eran todos bárbaros de rubio pelo, desgarbado andar y voz gutural. Bardo se acercó a uno y le preguntó sin saber muy bien si le entendería -¿Halgón? – El enorme bárbaro respondió simplemente señalando la fortaleza.

Cuando llegaron a la puerta la guardia estaba cerrando las puertas, simplemente con enseñar el sello del despacho les indicaron que la casa del comerciante de lanas estaba al final de la calle principal al lado de la otra puerta.

Llamaron a la ornamentada puerta de caoba y al rato apareció una anciana – Venimos a ver a Halgón,- dijo Yóren mostrando el sello del despacho. La anciana miró el cinto del exlegionario y dijo- Pues tendréis que esperar – utilizando una expresión muy típica de los Sarianos. Apenas un par de minutos después volvió a abrir esta vez acompañada de un enorme bárbaro que llevaba a medio poner una ridícula cota de anillos acompañada de una mucho más imponente espada de las que en el norte llaman “tullidas” ya que las suenen hacer a partir de mandobles rotos ya que no conocen cómo soldar el hierro.

Les hicieron acompañarlos hasta el primer piso en el que en una gran sala que hacía las veces de cocina, comedor y despensa un grupo de comensales con aspecto de ser los trabajadores más allegados del señor se disponían a cenar. El mejor vestido de todos se acercó y les dijo -Hola, soy Érgon albacea del señor Halgón.

Érgon les explicó que el señor estaba sufriendo una serie de desgraciados actos de sabotaje que le habían hecho perder la salud. Que estaba muy mayor y que deberían esperar al día siguiente. Del piso de arriba se oyó una voz cascada y cansada que insultó a Ergon y le instó a que subieran los recién llegados.

Halgón parecía un viejo consumido por sus propias malas acciones, mezclaba delirios y corduras hablando de cómo desde hace tres semanas aparecen las criadillas de un Yuk de su propia manada desangrado en su almohada cada pocos días.

Mucho menos lúcida parecía su mujer Steya que no paraba de hablar de sus hijos en Saro y de hacer tisanas para todo el mundo (las quisiese o no)…

Tras esto Cena en la cocina conocen a Alf el callado y rubísimo capataz Valbar y a Mutfast un dicharachero mestizo que les cuenta que los cuervo tenían una especie de brujas que hechizaban a sus enemigos con sortilegios de este tipo justo antes de recibir una patada por debajo de la mesa de Alf, y recibir una regañina tras la cortina de la cocina por parte de Imal, la rubia y vetusta cocinera que hace que toda la casa huela a buenos guisos y especias frescas.

No obstante les cita para seguir hablando con ellos tras la cena en la taberna verde, allí es donde se encuentran con Aurelius un estrafalario personaje con ropas de vaquero en vivos colores que afirma ser experto en eliminar a las alimañas que matan el ganado y que ha sido también contratado por Halgón.

Desde la hospedería nuestros amigos vigilan la casa hasta que ven como una ventana se abre y deja caer un trozo de lienzo. Corren a recogerlo y encuentran un dibujo de un pozo en él. Con mucha precaución vigilaron el pozo norte de la ciudad hasta que apareció una figura femenina. Ilma, la cocinera.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen trabajo, Sr. Cronista. Si bien, baja el tono y la concisión narrativa en el último tercio y deja sin arreglar un asunto importante... qué ocurre conmigo?!

Irving el navegante dijo...

Te lo explico, al principio quería novelarlo, pero tardaba tanto que quedamos a jugar el segundo día y no había terminado de redactar el primero, así que según iba avanzando cada vez la narración era más resumida y la prosa menos versada...