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01 abril 2007

Crónica: La importancia de ser puntual.

BortasCuando llegaron Bortas les esperaba bastante malhumorado por el retraso, hacía ya rato que tenían que haber terminado con el tema, y aún ni habían salido, montaron en su carro, y fueron al lugar de la cita. Cornellius y Acromion estuvieron de acuerdo en que Raven fuera a pie a una distancia prudencial, para ver si alguien les seguía. En el camino Bortas les explicó que había quedado con un contrabandista que le iba a entregar una mercancía en las afueras de la ciudad en un claro del bosque, cerca del muro norte. No era la primera vez que trataba con él, y esperaba que no fuera la última después de este retraso.


Finalmente, tras unos pocos minutos de refunfuños por parte de Bortas, la pequeña carreta dejó atrás el improvisado campamento de refugiados, para adentrarse en el bosquecillo junto a las murallas de la ciudad. El pequeño farol del carro iluminaba tétricamente los cercanos árboles del camino mientras se aproximaban al lugar del encuentro, un pequeño claro en el bosque.

Al llegar al claro, los contrabandistas reaccionaron asustados, apuntando a nuestros amigos con sus ballestas. Ya no esperaban a Bortas y su séquito. Raven permaneció oculto en el linde del claro observando la situación desde una distancia segura. Eran cinco, dos sobre un carro iluminado con un par de faroles, otro al pie del mismo y otros dos apoyados en arboles cercanos. Todos con sus ballestas preparadas y apuntando al peculiar grupo recién llegado.

Pese a que los contrabandistas están visiblemente nerviosos, Bortas consiguió calmarlos a base de excusarse por el retraso y de regatear nuevos precios de la mercancía. Tras unos minutos en este tipo de menesteres, uno de los contrabandistas da una señal de alarma, unos jinetes se aproximan!

El que parece el líder de los contrabandistas, le dice a Bortas que aparte el carro, y que se mantenga callado él y sus hombres. Llegan sus siguientes compradores de la noche.

Raven desde su posición también los oye, y es el primero en ver a los cinco jinetes a caballo que entran en el claro, visten armaduras metálicas, y van espada en mano, dos de ellos llevan un farol para iluminar el camino, y todos van encapuchados ocultando sus rasgos.

Se detienen a pocos metros del carro de los contrabandistas, y tras unos segundos de observación mutua, uno de los jinetes se acerca hasta el carro donde se encuentra el líder contrabandista.

-¿Quienes son estos?.- pregunta con un extraño acento extranjero.
-Naide, ayudantes por lo que pueda surgir.- Responde el contrabandista.
- ya,.... ¿donde está?
-ahí mismo- indica el trapichero, haciendo una seña a uno de los muchachos con ballesta, el cual levanta una lona que cubre un ataúd, sonriendo estúpidamente ante lo que considera una idea original.
-No estara...?
-nooo, tranquilo, está ferpectamente, solo es el envoltorio.
El jinete se aproxima hasta el carro a examinar el ataúd. Uno de los contrabandistas, el de la sonrisa estúpida, comienza a quitar los clavos del ataúd bajo la atenta mirada de todos los presentes. La misma atenta mirada, que perpleja observa como el jinete abre una segunda sonrisa en el cuello del contrabandista con su espada, en un diestro, rápido e inesperado movimiento, seguido de un segundo golpe al cráneo del hasta el momento jefe de la pequeña banda de contrabandistas.
En ese momento el caos se adueña del claro del bosque, los otros cuatro jinetes cargan como una máquina perfectamente engrasada contra el resto de contrabandistas, incluidos nuestros héroes, los cuales desenfundan sus armas y se preparan para defenderse, los ballesteros, perplejos no reaccionan quedándose en su sitio mirando la escena perplejos, al igual que Raven desde su escondite, que no da crédito a lo que está sucediendo ante su mirada.
Los golpes se suceden uno tras otro, implacables, el pobre Bortas, recibe un feo corte que le parte la clavícula, Acromión se enfrenta al jinete que comenzó todo el follón consiguiendo hacerle caer del caballo, pero desgraciadamente, otros jinetes ocuparon su lugar no quedando más remedio que saltar de carro y huir. No sin antes sentir un pequeño estremecimiento al reconocer el aspecto de los atacantes, aunque con otras armaduras, esas cicatrices y tatuajes, en el rostro, y esos dientes afilados, no daban lugar a dudas, eran Drakkarim, la élite de los guerreros servidores del maligno. Cornellius, fue defendiéndose de las estocadas de uno de los jinetes mientras retrocedía hacia el bosque, hasta que finalmente el jinete volvió al claro con el resto de sus camaradas.
Ocultos en el bosque a salvo, nuestros amigos observaron como al cabo de pocos minutos otros cuatro jinetes aparecen por el camino, a modo de refuerzos. Una vez reunidos todos los jinetes en el claro, se aproximaron al carro, abrieron el ataúd, y asestaban docenas de estocadas a lo que fuera que había en su interior. Después de esto, partieron a galope por el caminó dejando de nuevo el claro en un silencio estremecedor...
Raven, Acromión y Cornellius salieron de sus escondites y se encaminaron hacia el carro, allí descubrieron el contenido del ataúd, un muerto, atravesado por docena de estocadas, se encontraba el cadáver de un hombre atado y amordazado. Las habilidades curativas de Acromión eran inútiles ante el trabajo realizado por los nueve jinetes, ya nada salvaría el alma del pobre diablo.
Afortunadamente Bortas aun permanecía vivo, así como uno de los ballesteros, aunque de no ser por Acromión, no lo habrían contado. Subieron todos al carro y volvieron al campamento.
El bueno de Cornellius aprovechó la coyuntura para ofertarle a Bortas, el cargamento, que por motivos fatales, el contrabandista ya no estaba en disposición de venderle. Tras unos pocos regateos, se dieron la mano cerrando el trato. Una caja con un buen montón de espadas para armar todo un batallón.
Ya en el campamento, estuvieron varias horas meditando que hacer con el cadáver, y cavilando sobre todo lo que había pasado. Esperaron a ver si el contrabandista que habían rescatado podía iluminarles en algún sentido, pero el pobre desgraciado no sabía más que habían secuestrado al tipo del ataúd hace unos días y que había estado retenido en un sótano hasta el día de la entrega, pero no sabía quien era.
Finalmente Raven que se desveló como una chica, con bastante poca sorpresa por parte de sus compañeros, propuso que dejaran el cadáver en el bosque y que ella disfrazada de campesina lo descubriera y alertara a los guardias de la ciudad.
Así se hizo, y sorprendentemente funcionó, pues los guardias al ver el cadáver lo reconocieron como Volgrad, uno de los miembros del consejo de la ciudad.

Y en esas estamos, nuestros héroes siguen sin saber muy bien que rumbo tomar, parece que se decantan por ir hacia el oeste, rumbo a Slatok. Mandaron una carta a Eldrodden el viejo consejero de Tres Torres, por medio de uno de los cuervos que el mismo le había dado a Cornellius y Mulo antes de partir de la fortaleza hace ahora más de dos semanas. En ella le explicaban lo visto hasta el momento y sus próximos pasos para que el anciano pudiera seguirles la pista desde su lejano estudio, en la fortaleza de Tres Torres.

30 marzo 2007

Crónica: De azares y reencuentros inesperados.

El día amaneció despejado, y los pájaros comenzaron su concierto diario en las orillas del lago Aloe. La luz del sol comenzó a iluminar los altos muros de la fortaleza de Bertland, y poco a poco, con la pereza habitual de cada mañana, las sombras se iban apartando de la ciudad a sus pies, y desvelando las primeras actividades diurnas. Incluso en la mugrienta y cada vez más grande ciudad exterior, los exiliados comienzan a salir de sus tiendas, para hacer sus necesidades y preparar sus desayunos. En las puertas de la ciudad se van apiñando los más madrugadores para intentar conseguir algún salvoconducto. En los improvisados puestos callejeros, otros van preparando sus productos por si alguien les cambia alguno de ellos por dinero, u otro bien igual de valioso.

En la taberna flotante de Fergusson, también comenzaba la actividad. Los diferentes cargamentos de cerveza, leche de cabra, y cerdo, subían y bajaban por la rampa de acceso, cruzándose con los primeros clientes que tomaban el potente desayuno en oferta esa semana.

Un paisano en la taberna comenzó a hablar de los problemas de escasez que se avecinaban, dado lo alto de la demanda, y la poca oferta. OlafPero a Olaf Fergusson, nunca le preocuparon los problemas, Olaf es un hombre de recursos. Cuando llegó a Bertland, hace una semana, y vio que el acceso a la ciudad estaba prohibido, pensó en seguir río arriba hasta Lakoburgo, pero al ver que la gente en lugar de marcharse, se quedaba, decidió que podía aprovecharse de ello un tiempo. Así fue que varó su barcaza, construyó un embarcadero para que cualquiera pudiera acceder a ella, le cambió a un carpintero un montón de sacos de grano y arroz, a cambio de unos taburetes y unas mesas. Apalabró algunos tratos con un criador de cerdos, y con un cervecero, naciendo así la populosa taberna flotante de Fergusson.

Olaf observó por encima de la barra como el pequeño Raven entraba en la taberna y se ponía el delantal para atender a los pocos parroquianos que ya estaban desayunando.
-Buenos días Olaf.
-Hola pequeño, ¿tu dorrmir bien? En mesa trres pedirr cuajo y dos piezas de pan con miel.
El joven muchacho llevaba trabajando para él desde que llegó a la ciudad, llegaba algo tarde, pero ayudaba a Olaf, era limpio, y trataba bien a los clientes. Olaf estaba contento con él.

El día transcurría más o menos como siempre, del este llegaba algún nuevo grupo de exiliados contando lo mismo que otros, los Giaks campaban a sus anchas, y el clan Findal, en lugar de luchar contra ellos, se replegaba. Algunos decían que incluso se había aliado con esas criaturas. Los jefes de clan que no estaban de acuerdo con esta política o huían o morían.
Los recién llegados intentaban entrar en la ciudad, pero se enteraban de que Signus Bertyris había cerrado las puertas, prohibiendo el acceso a al ciudad salvo a los residentes y a los que poseyeran un salvoconducto. Entonces se instalaban con los otros miles de exiliados en el exterior, plantaban un campamento, y comenzaban a intentar buscarse la vida.

Hubo un pequeño detalle que hizo que el día fuese algo distinto, un viejo conocido de Olaf, Bortas, con el que ya había tratado alguna vez, apareció por la taberna. Tras los abrazos y saludos de rigor, le comentó que tenía un "asuntillo" esta misma noche para el que necesitaba un poco de seguridad de alquiler. El negocio no entrañaba peligro a priori, pero en los tiempos que corrían nunca se sabe, era preferible gastarse unos cuartos a cambio de un mínimo de seguridad. Olaf prometió que si veía a alguien con cualidades, se lo comentaría por si acaso. De echo, recordó que uno de sus clientes habituales podía estar interesado. Un chico joven, silencioso con aspecto de haber guerreado más de dos veces, y pinta de estar a verlas venir.

Efectivamente, como todos los días, el chico apareció a primera hora de la tarde, se sentó en el sitio de siempre, y Olaf tuvo que atenderle, como siempre, porque Raven se acababa de marchar un momento a la bodega. Pidió la oferta del día, medio de cerveza con un plato de orejas, y se quedó allí descansando y observando a todo el que entraba y salía. Al rato se levantó y fue a hablar con Olaf, le preguntó si tenía patatas pues quería hacerse un guiso con unas salchichas que acababa de comprar en un puesto. Olaf aprovecho la coyuntura para comentarle el negocio de su amigo Bortas. Al chico pareció interesarle el asunto, pues marchó a hablar con Bortas nada más salir de la taberna.

Otro incidente vino a romper la rutina diaria de la taberna flotante de Fergusson. Ya avanzada la tarde cuando Raven se encontraba recogiendo una mesa, una turba de enfurecidos hombres se aproximaba a la taberna desde el sur, el chico al verlos, dejó lo que estaba haciendo, y salió corriendo saltando por la borda. Los enfurecidos hombres parecía que le perseguían pues salieron en pos de Raven gritando y maldiciendo.

Y he aquí, que por azares del destino, el joven y huidizo Raven fue a tropezar con el guisó de salchichas y patatas del joven con el que horas antes Olaf había estado hablando.
Al joven, que no le hizo ni pizca de gracia dicho azar, agarró por un pie a Raven, haciéndole caer en el barro de cara.
Raven se giró aterrado, nunca sabremos si por la turba enfervorizada o por la mirada de pocos amigos del joven del guiso.
De entre la turba de norteños surgió un hombre, que con expresión de gran alegría se acercó al joven. Éste soltó el pie del chico.

-¿Acromion?.- Dijo con cara de asombro.
-¡Cornellius!.- Le respondió el monje entre sorprendido y regocijado.

Tras esta breves palabras se abrazaron efusivamente ante la mirada perpleja de todos los presentes.

Pasada la sorpresa incial, la turba empezó a requerir a Cornellius que les entregara el muchacho, pero a nuestro amigo no le gustaron los malos modos de tales requerimientos.
Parece ser que el muchacho había herido de muerte a uno de los suyos hace unos días en el camino hacia Bertland.
Acromion como de costumbre intentó apaciguar a las masas, parecía que conocía a los norteños. Pero en un momento de descuido, el joven muchacho, origen de la disputa, salió corriendo, mandando al traste cualquier intento de negociación y desencadenando la inevitable pelea. Parte del grupo persiguió al chico, y otra parte se enfrentó a nuestros conocidos amigos.

La mayoría de los perseguidores iban armados con palos, aunque alguna espada o hacha se veía en manos de algún que otro agresor.
Al principio tanto Cornellius como Acromion, contenían los golpes, para evitar causar daños graves, pero al verse ampliamente superados en número, tuvieron que dejar las lindeces para otro momento, comenzando a usar sus armas como si de enemigos mortales se tratasen. Y así a los pocos segundos, más de una decena de norteños yacían en el suelo incoscientes, o gravemente heridos, mientras que nuestros héroes apenas tenían algunos rasguños y contusiones.
El pequeño Raven que había sido interceptado por varios norteños, estuvo pataleando y revolviéndose por el suelo intentando zafarse de sus captores, hasta que finalmente éstos, al ver el destino de sus compañeros, decidieron poner tierra de por medio.

Acromion, como ya es habitual en él, tras apalizar a los pobres norteños, se dispuso a curarlos, cosa que el joven Raven no comprendía. Cornellius, acostumbrado a las excentricidades de su amigo, se vendó las heridas mientras hablaba con éste, sobre que había pasado durante las últimas semanas.

Acromion trató de explicarle a Cornellius los acontecimientos acaecidos en lo alto del monte Morguelo y como éstos le llevaron a cruzar la delgada linea entre la vida y la muerte. Pero por un motivo superior, los dioses han decidido que vuelva al mundo de los vivos.

Cornellius, con algo de escepticismo ante la rocambolesca historia de Acromion, le contó que tanto él como Mulo, fueron sacados de la fortaleza, por el anciano Eldrodden, cuando aún yacían incoscientes. Lo hicieron precipitademente, para evitar ser descubiertos y evitar así que terminaran lo que aquella caída casi consigue. El mulo se encontraba aún convaleciente, pues sufrió más daño que Cornellius al caer.

Del único que no sabían su destino, era del joven y alocado Wotan.

Raven por su parte contó poco, que los tipos esos le atacaron hace unos días en el camino hacia aqui, y ella...él, lo único que hizo fue defenderse. Creía que no les iba a ver más...

En estas tesituras se encontraban cuando Cornellius se fijó que la noche era ya cerrada, lo que le recordó subitamente que tenía una cita... a la que llegaba tarde. Cogió su equipo y empezó a correr hacia el lugar donde había quedado con Bortas, por el camino les explicó que el tipo buscaba protección, y que estaba dispuesto a contratar hasta a tres personas más. Raven y Acromion, se unieron a la carrera...

(continará...)

22 febrero 2006

Hacia el Lago Negro

[...] El grupo se acercó a los cuerpos flotantes en la orilla del rio, y para su asombro, uno de ellos continuaba con vida.
Tras reanimarse, el superviviente llamado Wotan, parecía bastante alterado, parece ser que se encontraba de guardia en un campamento, y resultó atacado a traición por unos Giaks. Su mayor deseo en ese momento era averiguar el destino de sus compañeros, por lo que emprendió la marcha hacia dicho lugar. El resto del grupo le acompañó por si necesitaba ayuda.
El campamento se encontraba en un pequeño y oculto cañón en la maleza, una grieta en el bosque, que si no fuera por el guía, nunca habrían encontrado.
El interior de dicho cañón era una carnicería, cuerpos despedazados y a medio devorar se encontraban por doquier. Tras el impacto inicial por la muerte de algunos de sus compañeros, Wotan pudo percatarse de que entre los muertos no se encontraban todos los que habitaban el campamento, algunos debían seguir vivos. Comenzaron a inspeccionar la zona, estudiando los rastros y huellas del ataque, finalmente dedujeron que el grupo atacante formado por Giaks y Lobos infernales, se habían llevado hacia el noreste un buen número de prisioneros, incluidos mujeres y niños.
Esta nueva información bastó para que Wotan, el mulo, Cornellius y el monje decidieran perseguir a los Giaks, para rescatar a los prisioneros, sin embargo Tavik, Nuvellen y Néon, decidieron no cambiar su deseo inicial de seguir rumbo a Bertland, para de allí seguir hacia el Imperio y llevar la información de todo lo que habían visto, y de paso escoltar hasta lugar seguro la familia que encontraron el otro día en la granja arrasada.
Tras una emotiva despedida, el grupo que iba hacia el Imperio se marchó, quedandose en el campamento los que se disponían a seguir a los Giaks. Mientras estaban allí esperando para retomar fuerzas para la persecución Wotan les contó la historia de su familia, y de como llegó a esta situación. Como Vushep del clan Findal, unió sus fuerzas a la de los Giaks, para obtener el poder sobre todos los clanes norteños, eliminando a todos los que se oponían a sus designios. De como esto ha generado numerosas rupturas y luchas fraticidas, entre los clanes que seguían apoyando a Vushep, y los que le consideraban un loco peligroso, adorador del "Abismo".
Mientras estaba en mitad del relato, un leve movimiento en lo alto del cañón desveló un atacante. Gracias a esto pudieron moverse a tiempo y esquivar algunos proyectiles, pese a lo cual, el mulo se vió empalado por tres saetas negras... la risa histerica de los Giaks, se repitió por las paredes del cañón.
Nuestros amigos se ocultaron en unas pequeñas cavernas provocadas por el antiguo cauce del rio, manteniendose a salvo de los tiradores. El mulo, se encontraba malherido, pero aun consciente, y furibundo.
A los pocos minutos, unos lobos infernales montados por sus respectivos jinetes Giaks, aparecieron por el cañón. Tras una arriesgada y sangirenta escaramuza contra los lobos, consiguieron hacerlos huir por donde habían venido, pero una vez más el monje tuvo que hacer uso de sus habilidades curativas, sobre el mulo y Cornellius, que resultaron gravemente heridos. Por ello quedó exhausto y fue necesario descansar, pero esta vez lejos del cañón, y así evitar nuevas emboscadas.

Por fin, a la mañana siguiente comenzaron la persecución del nutrido grupo de Giaks, que llevaba consigo a los supervivientes de la masacre del campamento. Les llevaban un día de ventaja, y la tarea no iba a ser fácil. Cuando llegaba la noche, nuestros heroes caían rendidos en sus sacos de dormir, tras la larga marcha. Así pasaron los días, andando por los bosques, subiendo lomas, buscando sendas que acortaran la distancia. De vez en cuando encontraban los restos de algún prisionero, medio devorado por los lobos, que probablemente no pudo seguir el ritmo marcado por los Giaks. Loa primeroa fueron niños, luego mujeres, y ahora incluso algun hombre.
Estudiando el rastro dejado por los Giaks, podían ver que otros grupos se unían a la partida inicial, añadiendo más fuerzas y más prisioneros, en total sumaban más de 50 de esta criaturas, y más de 20 prisioneros. Afortunadamente la fatiga no les dejaba pensar en que iban a hacer en el caso de que se encontraran finalmente con ellos.
Una mañana vieron la polvareda inconfundible de un grupo de jinetes, nuestros heroes se ocultaron tras una hondonada, para estudiar si atacaban o no. Los jinetes eran 10 norteños, de los cuales 2 iban pertrechados con cotas de anillos y lanzas de caballería, Wotan los reconoció por sus escudos como aliados de Vushep. Su elevado número, su imponente porte, y las heridas que aun mantenían alguno de los personajes ocultos, les decantaron por dejarles pasar sin atacarles...
Y así seguían pasando los días hasta que tras 10 amaneceres, por fin vieron algo distinto, el Lago Negro.

A unas 30 millas, bajando por una gran ladera, una vasta extensión de oscuras aguas, casi negras, de la que no se ve la otra orilla. Tardarían aún un día en llegar hasta allí, pero junto al gran lago se podía ver un nutrido grupo, presumiblemente el grupo al que persiguen y que les lleva una ventaja de varias horas de viaje. Esto les insufla algo de ánimo y prosiguen la marcha, esperanzados.
Mientras bajaban por la ladera, con cuidado de no ser vistos, se percataron de que un pequeño grupo de jinetes pasó junto a los Giaks, sin que estos parecieran molestarse. Estos jinetes subían la ladera en dirección a nuestros amigos. Parecían jinetes norteños, uno de los cuales debía de ser de alto rango, pues llevaba cota de anillos y lanza de caballería, el resto hasta contar seis en total, parecían aguerridos soldados.
El grupo decidió ocultarse y esperar a la noche, para emboscar a los jinetes cuando acamparan. Dicho y hecho, amparados por la oscuridad, se aproximaron a la zona donde los jinetes se pararon a descansar, y cuando estimaron que la distancia era la adecuada, comenzó un implacable ataque. De los seis jinetes, había dos de guardia, uno de los cuales logró frenar momentaneamente al mulo con diestros golpes de su lanza, Cornellius, ayudó dejándolo fuera de combate de un diestro golpe en la pierna del norteño.
Pese a que los norteños lucharon con bravura, la ventaja de la sorpresa, y el hecho de estar recién despertados y sin armadura, no tardó en decantar la balanza hacia los asaltantes nocturnos.
Wotan no paró de usar su arco durante el combate no dando un respiro a los sorprendidos jinetes.
El monje con sus mortales lanzas, dejó primero fuera de combate al lider antes de que llegase a ponerse en pie, y persiguió y acosó a los que intentaban huir hacia los caballos, con la ayuda de Cornellius.
El mulo por segunda vez en pocos días se encontraba gravemente herido por un golpe de mala suerte que casi lo atraviesa de parte a parte, pero vivo.

Finalmente solo dos jinetes sobrevivieron al ataque, aunque yacen incoscientes y mortalmente heridos en el suelo.