17 diciembre 2005

Crónica: La Frontera. Un nuevo comienzo

Caen las hojas secas del otoño del año 2572 del Dragón, son tiempos locos, tras el asalto de Saro por los Giaks sobrevino otro asalto de las tribus bárbaras de las montañas que deshizo la poca infraestructura que se había reconstruido.

Enfermedad, guerra, pobreza y muerte campan a sus anchas por la provincia de Saro en catastróficos jumentos.

La población huyendo de las infecciones se desplaza de los grandes núcleos urbanos hacia las zonas rurales.

El Imperio ha decretado como prioritaria la defensa de las fuentes y vías de suministros por lo que grupos de Giaks y de bárbaros campan por todo el territorio. Para controlarlo el Senador de Saro en Drak, Glauko Saldar, ha decretado que se pagará a 30 mp por cada cabellera de monstruo o bárbaro adulto arrancada de su cabeza muerta.

A consecuencia del incremento de la disciplina y de las precarias condiciones de trabajo miles de legionarios piden la licencia, pero el Imperio no dispone de efectivo para sufragar este gasto extraordinario por lo que ha decidido pagar en tierras.

Muchos de estos territorios han sido concedidos en una zona especialmente peligrosa a 150 Km. al norte de Saro en las cercanías de una antigua fortaleza tomada a los Bárbaros llamada Vornost, cerca del puerto fronterizo de la legión de Dispar.

Capítulo uno: Un nuevo comienzo

A 130 Km. de Saro cerca de las montañas se encuentra el puesto fronterizo de Dispar, allí es donde reclaman sus posesiones los exlegionarios y cobran sus piezas los caza-cabezas. Este puesto es tristemente conocido porque por aquí empezó el ataque de los Giaks hacia el sur y también pasaron por aquí los bárbaros antes de caer sobre Saro, un gran tocón de madera adornado con las plumas de las flechas de todas las tribus que participaron, yace como triste recuerdo en la encrucijada en la que se juntaron todas las tribus, un viento gélido del norte baja por el valle del río limo llenando todo de una incómoda aguanieve que mueve las plumas de las flechas y el mapa de tres fornidos hombres que discuten delante de dos carretas.

Al postigo de la primera se sube Bardo, un campesino de ojos verdes y pelo rubio que difícilmente puede negar que tuvo algún antepasado bárbaro. Sus ropas son pobres pero abrigadas y juega animadamente con un cuchillo entre sus manos para mantenerlas calientes mientras su mujer y su hijo recién nacido se protegen del frío otoñal de las tierras altas en la parte cubierta del carro. Malvendió la tierra de su difunto suegro para aventurarse en el norte con su cuñado Yóren y Zuppo, un amigo de éste, en las tierras con las habían cobrado su licencia de la legión.

A las riendas de la segunda Yóren se frota la cuenca de el ojo que perdió en la guerra antes de echar andar, cada vez que hace ese gesto Zuppo contiene un suspiro mientras una punzada de remordimiento cruza su pecho, aquel día “el sargento” como sigue llamando a Yóren, le advirtió que no bebiese, pero cuando los orcos entraron en la ciudad él estaba como una cuba y no pudo cubrir a su superior. Con la cabeza gacha Zuppo esquiva la inquisitiva mirada de la mujer de Yóren mientras cubre a dos hijos con una manta en el carro.

Cansados y ateridos de frío llegan al puente de Dispar, último destacamento de la legión en el camino al norte antes de llegar a la tierra de nadie que comienza en la antigua fortaleza de Vornost.

El Optione los recibe de buen grado y les muestra el territorio viniéndoles a decir básicamente que la elección no es entre cereales o verduras, si no entre hacerlo en territorio Giak o en territorio bárbaro.

Sin tomar una decisión van a alojarse a “el zorro negro” donde no son tratados tan gentilmente por Pergo y Tulúa, un pádemo de mal carácter y su mujer bárbara de descomunales caderas y terribles humos.

Durante la corta velada Bardo hace honor a su nombre acariciando su laúd y en las coplas de los lugareños ve claramente que los ánimos de los campesinos están muy levantados ante la gran cantidad de mercenarios que cruzan y abusan de sus haciendas para cobrar las recompensas por las cabelleras de los Giaks y bárbaros que han venido a asesinar.

A media noche el mayor de los hijos de Yóren se despierta sudando y gritando ¡¡¡MONSTRUOS, MONSTRUOS!!! Seguidamente se produce un ataque Giak a la guarnición en dos frentes que tiene como resultado un par de tejados de paja incendiados y el robo de las mercancías que se guardaban en los almacenes del puerto en el Río Limo.

A la mañana siguiente deciden ir a explorar las lindes del bosque al este. Se introducen en él y al cabo de un par de horas de productiva caminata (el bosque es una zona muy rica en setas y bayas) se encuentran con un grupo de bárbaros que talan un árbol. Al acercase al éstos les responden de forma hostil antes de huir dejándoles para su sorpresa tres conejos desangrados.

Llega la noche y acampan haciendo un fuego escondido a contravento de la colina y protegidos por el sotobosque. Discuten animadamente sobre si los conejos estarán envenenados y Zuppo decide cocinarlos, antes de terminarlos de comer son atacados por una camada de 8 pequeños Giaks que sin ningún tipo de estructura se echa sobre ellos en una lluvia de flechas y lanzas.

El olor de la sangre despierta la peor parte de cada uno de los Sarianos y con los ojos inflamados en sangres responden al ataque de sanguinaria forma y sin piedad ni cuartel. El gran entrenamiento militar de los exlegionarios sumado a la gran habilidad de Bardo con el cuchillo, mezcla de don divino y años de orfandad en las calles de Saro, se muestran como una máquina de muerte precisa e implacable que sesga las vidas de 6 de los atacantes de forma cruel incluso para bestias como éstas.

A la mañana siguiente, con las heridas vendadas, descubren una mala costumbre de los Giaks, las flechas estaban untadas en una ponzoña y al llegar al día siguiente al pueblo la pierna de Yóren ha cogido un tono negruzco que en otro hombre produciría alaridos de dolor. Afortunadamente dos Monjes Dragón regentan un hospital en Dispar y consiguen dar al traste con la infección en menos de una semana.